Comentario
En las primeras décadas del siglo XX el investigador idealista alemán Adolfo Schulten buscó un fabuloso Tartessos en las costas atlánticas de Andalucía. Allí, entre las dunas arenosas del coto de Doñana, pretendía hallar las ruinas de una floreciente civilización sepultada que visitaron los griegos. Le aguardaba -soñaba Schulten hacia 1920- una ciudad que escondería esplendorosos tesoros y obras de arte de tal magnitud que permitía a los investigadores europeos reelaborar y reescribir la historia universal del arte griego. En esta figura tan característica de una arqueología utópica y colonial se proyectaba de hecho toda una centuria larga de investigaciones y búsquedas arqueológicas en el Mediterráneo en la cual el hilo conductor, el modelo, había sido sobre todo Grecia.
Schulten basaba en gran parte su interpretación helenizante de Tartessos en las lecturas de los autores clásicos, y en especial de Heródoto. El historiador clásico de Halicarnaso hablaba de un opulento monarca tartesio, Argantonio, que acogió a los griegos con amistad y generosidad regias, propias de un tirano oriental (Libro 1, 169). Si la amistad entre poderosos ha de reflejarse en regalos espléndidos, los palacios de Argantonio deberían, pues, estar llenos de obras de arte griegas. Pero nada de esto se halló entonces en las numerosas prospecciones que hizo Schulten en la costa atlántica andaluza en torno a los años 20. Sin embargo, más adelante veremos lo que hoy, de forma mucho más matizada, se conoce sobre esa efectiva presencia griega en el Sur peninsular, presencia que Schulten no supo encontrar pues la buscó con ojos diferentes, idealizadores.